¿Soy una mala madre
si me tomo un tiempo para mi?

Que el nacimiento de un hijo es una revolución en todos los ámbitos de vida de una mujer y que trae consigo una mezcla de emociones, es una verdad innegable cómo que la noche es oscura. Que dicha revolución y mezcla emocional sea vivenciado de forma positiva o como una sobrecarga, está relacionada con muchas variables …

Recuerdo el primer mes de postparto: anemia severa, mamas adoloridas, sueño interrumpido y una sensación de aplastamiento que traía consigo el cuestionamiento “no recuerdo haber visto a mujeres de mi entorno en estas condiciones”. Los meses siguientes trajeron una mejor salud física, espacios de siestas y apoyo diario en las labores de casa y crianza; y con ello el pensamiento “por qué las mujeres de mi entorno se sentían agotadas criando”.

Con esta vivencia personal quiero mostrarles que la maternidad es una experiencia única e irrepetible y los sentimientos que surjan en este tránsito dependerá de muchos factores: 

 

¿estoy criando sola, en pareja o en tribu?, 

¿trabajo remuneradamente, realizo otras actividades o estoy dedicada exclusivamente a la crianza?, 

¿alcancé metas personales de forma previa a la maternidad o estas quedaron a medio camino?
¿tengo espacios exclusivos para mí o estoy perdida en las demandas naturales de mi hijo?
Y en esta última pregunta quiero centrar este escrito, pues es una de las variables más olvidadas por nosotras mismas y también la más juzgada en nuestra sociedad. Salir con amistades o incluso solas, destinar tiempo para uno y dejar al hijo a cargo de un tercero es una situación que nos causa muchas dudas sobre su validez y posibles consecuencias, que finalmente nos empuja a quedarnos en casa y tarjar esta opción; pero que a largo plazo trae más pesares que satisfacciones … ¡sí! No hay una sola madre que en su abnegación maternal no se haya sentido frustrada, agobiada o peor aún, deprimida.

Nuestras madres, abuelas y bisabuelas dedicaron cada momento de su vida a la maternidad, pero si revisamos objetivamente la calidad de la crianza de generaciones anteriores y su salud mental al llegar al momento del Nido vacío, ¿con qué no encontramos? Ya sabemos la respuesta; y esta no es la única evidencia, pues muchos estudios han demostrado la correlación entre autocuidado parental y crianza positiva. 

En palabras sencillas: si me cuido, te cuido; si me siento bien, tengo mejor disposición.

“No tengo tiempo”, “no tengo con quién dejarlo”, “no tengo dinero suficiente” son frases que todas hemos dicho ante la sugerencia “deberías darte un tiempo para ti”, y en lo profundo de nuestros pensamientos la idea transmitida de generaciones anteriores que dejar al hijo a cargo de otro para disfrutar, nos convierte en una “mala madre”.

Pero si “ser mala madre” nos va a permitir aliviar las cargas emocionales, reír, desahogar las situaciones desagradables propias de la crianza, como mudar en medio del almuerzo o no poder ir al baño sin un par de ojos mirándonos; y al final de ese espacio para uno llegaremod con una mejor expresión facial, sonrientes, más dispuestas a escuchar y/o jugar, ¿valdrá la pena ganarnos la etiqueta “mala madre”?

Personalmente, voy por esa etiqueta y las invito a ustedes a crear esos espacios exclusivos que han demostrado mejorar la salud física y mental, conocernos mejor, mejorar la autoestima, renovar energías, expandir la creatividad, mejorar la productividad y mejorar las relaciones con quienes nos rodean.

 

 

¿Cómo podemos hacerlo?

1) Conocer que necesitas

Así como cada experiencia maternal es irrepetible, también lo es el autocuidado, pues cada madre tiene necesidades diferentes. Conocer qué necesitas es el primer paso para definir tu espacio o actividad de autocuidado; quizás necesitas descanso físico o silencio o distracción o crear… mírate, escúchate y enlista tus necesidades.

2) Buscar una actividad

Una vez hayas descubierto qué necesitas, busca una actividad concordante con esa necesidad, comienza con actividades sencillas, de poca inversión de tiempo y dinero, como acostarse media hora antes, caminar una cuadra, parar al aire libre y respirar profunda y pausadamente por 5 minutos, leer 4 páginas de tu libro favorito, ver una rutina corta de humor, bailar toda una canción, dibujar o pintar antes de acostarse… 

Cómo ves, no necesariamente tenemos que invertir tanta energía para dar este paso, pues comenzando con algo pequeño e implementándolo a diario iremos adquiriendo el hábito de destinar y priorizar tiempo exclusivo para uno.

3) Repetir lo que genera bienestar

 

Habiendo definido esa actividad destinada a aliviar o cubrir tu necesidad, ¡repítela!, ¡repítela!, ¡repítela!, todos los días, en el mismo horario hasta que sea parte de tu rutina. Una vez incorporada en tu rutina puedes ir integrando otras actividades que apunten a cubrir otras necesidades.

4) Dosificar actividades

Un dato importante, en sesiones he escuchado a madres agobiadas decir que revisar redes sociales o utilizar pantallas es su estrategia de distracción o relajo, sin embargo, no ven resultados. Esto se debe a que al estar atenta a una pantalla nos desconectamos de nuestro entorno, de uno mismo, nos lleva a “otro mundo”, privándonos de la posibilidad de conectar con el aquí y ahora y desplegar acciones que realmente satisfagan esa necesidad latente. Por lo que es importante que podamos dosificar ese tiempo invertido en la pantalla y de los 15 minutos que podríamos estar destinando, reducir a 5, invertir otros 5 en bailar y otros 5 en respirar profundo, siendo este esquema mucho más saludable y trayendo consigo muchos más beneficios.

 

Teniendo ya una idea de cómo iniciar el autocuidado, te invito a llevarlo a la práctica y convertirte en esa “mala madre” que estará más aliviada y más disponible para continuar ejerciendo la gran responsabilidad de la crianza.
Llámanos!